Desde la salida de la cárcel de Ai Weiwei –que no su liberación ya que le queda mínimo un añito en casita- me pregunto cómo llegaría a firmar los pecados que se narran en su confesión. Delitos monetarios y evasión de impuestos, que no por imposible, me hace pensar en qué condiciones sus captores consiguieron que desembuchara. Porque no me creo que yo que un país como éste disponga de salas acondicionadas respetadas por sus policías que además tienen en cuenta los horarios. No sé por qué me acuerdo de esas películas mafiosas donde el capo en cuestión, rodeado de media docena de matones, lanza, entre patada y puñetazo, una batería de preguntas a la cual más directa. Entre tanto, alguno de sus colaboradores, mientras otro comprueba que la electricidad funciona, lanza descargas eléctricas al entrevistado, por si acaso no quería decir lo que ellos deseaban escuchar.
China, uno de los peores ejemplos del mundo en todo lo referente al ser humano, es siempre sospechosa de saltarse las leyes –leyes además confeccionadas por ellos mismos a su medida- para sacar partido. Que no me creo yo que alguno de los carceleros, preocupado por las formas a la hora de tomar la declaración a Ai Weiwei, haya interpuesto denuncia alguna en el juzgado más cercano. Que de todas formas, si se llegara a dar este milagroso caso, no quedaría rastro de ese súper héroe anónimo. Que así se las gastan por aquí.
Mientras intento averiguar las sorprendentes razones para que Ai Weiwei firme y reconozca sus pecados el gobierno chino anuncia, siempre a cuentagotas, más sobre el temita de marras: que aparte de no poder salir de Pekín en un año y tener que presentarse en comisaria varias veces por semana –este dato no es importante ya que tendrá la casa custodiada por si algún día no lo recuerda- tendrá, además de no poder viajar –se entiende que ni por Pekín-, prohibido conceder entrevistas –Hu Jintao tampoco las concede- ni usar las redes sociales para enviar mensajes, que sin VPN o filtro tampoco podría haberlo hecho salvo en las webs chinas controladas por los perros de presa ‘cieneuristas’ del gobierno de Pekín. Se desconoce si le han impuesto un menú alimenticio y me imagino que le habrá quedado prohibido beber té al jazmín, flor ésta con menos futuro en China que un disidente concienzudo.
Hoy se ha sabido, además, que su chofer y primo, así como su contable y su diseñador, han cambiado también las celdas estatales por sus salones vigilados. Que el día que se llevaron por delante al artista ellos también, como en una oferta de supermercado, fueron trincados por la fuerza. Cosas de esta China, que como dice mi amigo Pablo, mata moscas a cañonazos.
Del que no se sabe nada es de Wen Tao, periodista y amigo de Ai Weiwei, detenido en aquel triste domingo que a día de hoy continúa en paradero desconocido. Por Wen Tao Occidente no mueve un dedo. Suele pasar, que el artista famoso o el galardonado con el Nobel nos hacen levantarnos de la silla, mientras que el don nadie quedará en un limbo que justifica la barbarie del gobierno ex comunista, hoy capitalista agresivo.